marzo 27, 2007

ALELUYA


Es hora de cambiar la mente!

marzo 24, 2007

Frei Betto - El Nuevo Credo


Creo en el Dios liberado del Vaticano y de todas las religiones existentes y por existir. El Dios que antecede a todos los bautismos, preexiste antes que los sacramentos y desborda todas las doctrinas religiosas. Libre de los teólogos, se derrama gratuitamente en el corazón de todos, creyentes y ateos, buenos y malos, de los que se creen salvados y de los que se creen hijos de la perdición, y también de los que son indiferentes a los abismos misteriosos del más allá de la muerte.

Creo en el Dios que no tiene religión, creador del Universo, donador de la vida y de la fe, presente en plenitud en la naturaleza y en los seres humanos. Dios orfebre de cada ínfimo eslabón de las partículas elementales, desde la refinada arquitectura del cerebro humano hasta el sofisticado entrelazado del trío de cuarqs.

Creo en el Dios que se hace sacramento en todo lo que acerca, atrae, enlaza y une: el amor. Todo amor es Dios y Dios es lo real. En tratándose de Dios, dice bellamente Rumi, no se trata del sediento que busca el agua sino del agua que busca al sediento. Basta con manifestar la sed y el agua mana.

Creo en el Dios que se hace refracción en la historia humana y rescata todas las víctimas de todo poder capaz de hacer sufrir al otro. Creo en teofanías permanentes y en el espejo del alma que me hace ver a Otro que no soy yo. Creo en el Dios que, como el calor del sol, siento en la piel, aunque sin conseguir contemplar o agarrar el astro que me calienta.

Creo en el Dios de la fe de Jesús, Dios que se hace niño en el vientre vacío de la mendiga y se acuesta en la hamaca para descansar de los desmanes del mundo. El Dios del arca de Noé, de los caballos de fuego de Elías, de la ballena de Jonás. El Dios que sobrepasa nuestra fe, disiente de nuestros juicios y se ríe de nuestras pretensiones; que se enfada con nuestros sermones moralistas y se divierte cuando nuestro arrebato profiere blasfemias.

Creo en el Dios que, en mi infancia, plantó una acacia en cada estrella y, en mi juventud, se asomó cuando me vio besar a mi primera enamorada. Dios fiestero y juerguista, el que creó la luna para engalanar las noches de deleite y las auroras para enmarcar la sinfonía pajarera de los amaneceres.

Creo en el Dios de los maníacodepresivos, de las obsesiones sicóticas, de la esquizofrenia alucinada. El Dios del arte que desnuda lo real y hace resplandecer la belleza preñada de densidad espiritual. Dios bailarín que, sobre la punta de los pies, entra en silencio en el palco del corazón y, comenzada la música, nos arrebata hasta la saciedad.

Creo en el Dios del estupor de María, del camino laboral de las hormigas y del bostezo sideral de los agujeros negros. Dios despojado, montado en un borrico, sin piedra donde reclinar la cabeza, aterrorizado de su propia debilidad.

Creo en el Dios que se esconde en el reverso de la razón atea, que observa el empeño de los científicos por descifrarle su juego, que se encanta con la liturgia amorosa de cuerpos excretando jugos para embriagar espíritus.

Creo en el Dios intangible al odio más cruel, a las diatribas explosivas, al corazón hediondo de aquellos que se alimentan con la muerte ajena. Dios, misericordioso, se agacha hasta nuestra pequeñez, suplica un suave masaje y pide arrullos, exhausto ante la profusión de idioteces humanas.

Creo, sobre todo, que Dios cree en mí, en cada uno de nosotros, en todos los seres engendrados por el misterio abismal de tres personas unidas por el amor y cuya suficiencia desbordó en esta Creación sustentada, en todo su esplendor, por el hilo frágil de nuestro acto de fe.

- Frei Betto es escritor, autor de “La Obra del Artista. Una visión holística del Universo”, entre otros libros.

Leonardo Boff y la revolución molecular





Leonardo Boff: Contra la “hamburguerización del mundo” y hacia la “revolución molecular”

Por Beglis Alfaro
Yo Reporto / RedBolivia
Marzo 23, 2007


Leonardo Boff anduvo una semana por Costa Rica. Su prédica por nuestra “casa común”, La Tierra, por la sobrevivencia de todos los seres vivos, por la necesidad de entender cuán implicados estamos en y con el mundo, con el polvo de las estrellas, con las bacterias y con nosotras y nosotros mismos, resonó en cada espacio colmado de su presencia, en cada persona que acudió a verlo y oírlo.

Y es que con Leonardo Boff ocurre que al verlo, aunque esté en silencio, años, ha escrito unos 60 libros, casi el equivalente a su tiempo de existencia. Alto y delgado, serenísimo, con un especial buen sentido del humor que entremezcla con verdades amargas, como que “vivimos una crisis de sentido, de falta de rumbo histórico, en la era del desencanto, con el mundo, con nosotros, con la política, con Bush, incluso con Lula, y hasta con Ronaldo y Ronaldinho, que nos han invergonzado en el último campeonato mundial”.

Tiene el cabello blanco y abundante, y su barba blanca-plateada, y larga. Como una imagen del sabio occidental que tal vez vimos en algún libro de cuentos. Decía un amigo: “si le quitamos la barba, lo convertimos en un hombre de 40 años. ¿Será que no es de este mundo?”.

- ¡¡¡Sí!!! Digo, ¡no! Tan de este mundo es que se ganó broncas con la Iglesia Católica cuando abrazó la Teología de la Liberación y su opción por los pobres, como Frei Betto y Ernesto Cardenal. Recuerda que fue franciscano. Pero también se casó y su esposa es aquella señora que está allá, la que anota en la agenda.

De hecho, en 1985, el mismo Joseph Ratzinger, actual Papa Benedicto XVI, cuando era cardenal y dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe, ordenó su silencio tras atreverse a criticar en uno de sus libros a la Iglesia Católica.

BOFF CUÁNTICO

De ser conocido otrora como el filósofo y teólogo de la Liberación; Leonardo Boff, nacido en Brasil, se ha convertido actualmente en uno de los maestros del llamado Nuevo Paradigma. En una de sus charlas en este país centroamericano confesó su inmersión en las nuevas ciencias, especialmente en la física cuántica para entender las implicaciones de sus hallazgos en la nueva visión del mundo y de las relaciones entre todos los seres vivos, incluyendo por ser viviente nuestro planeta, Gaia, como lo bautizó James Lovelock, en referencia a la diosa griega de la tierra.

El mismísimo Fritjof Capra, físico cuántico, autor de El Punto Crucial, es su amigo, y le habría dicho que su visión de Dios es la más sublime que había escuchado. Para Boff, Dios no es un ente inmanente y vigilante de lo que nos ocurre, sino que su esencia son relaciones, totalidad. Y es que desde la cuántica, la realidad (incluyéndonos los seres humanos y humanas) es un fluir de energía enmarañada, palpitante, cambiante, pero una maraña al fin, inextricable, que nos hace interdependientes, y por tanto, indisolublemente comprometidos en el mismo destino como “comunidad de vida” que somos.

De allí que Leonardo Boff cita Nietzsche y su frase “Dios ha muerto”, para ayudarnos a entender nuestro momento histórico. Y seguidamente explica: “Pero no es que Dios ha muerto, porque un Dios que muere no es Dios. Nosotros hemos matado a Dios y por ello vivimos en un desamparo existencial. Hay una desaparición del horizonte utópico de la humanidad. Sufrimos una falta de lazos que liguen y religuen”; nos religuen.

SOBRE NUESTRO ORIGEN CÓSMICO

Boff nos pide a gritos escuchar el grito de Gaia, que a su vez es nuestro propio grito, quizá ahogado por la indiferencia y la incomprensión de nuestra propia naturaleza humana.

“Tenemos varios enraizamientos –dice-: el cósmico, el biológico, el histórico, el cultural y el personal”. Para Leonardo Boff no debe avergonzarnos reconocer nuestro origen cósmico, tanto como el terrenal. “Venimos del Big Bang. En un primer momento estábamos todos juntos. Cargamos en la piel las energías fundamentales del universo: la gravitacional, la nuclear, la electromagnética. La vida es un capítulo de la evolución cósmica, y la vida humana es un subcapítulo del capítulo de esa evolución”.

Boff cita las más recientes investigaciones en el campo de las ciencias genéticas y concluye: “Todos los seres vivos somos parientes. Tenemos el mismo código genético, formamos una gran comunidad de vida. Somos hermanas y hermanos. Somos seres culturales. Somos un proyecto infinito, por ello la solidaridad, la interdependencia y la cooperación son ley fundamental. Por ello es tan perverso el capitalismo que pone todo el énfasis en la competencia”.

Al igual que muchas y muchos, Leonardo Boff sintió un fuerte estremecimiento cuando a principios de febrero de este año, la Organización de las Naciones Unidas presentó el Cuarto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que nos revela descarnadamente nuestro planeta agonizante por los efectos del calentamiento global, y la inequívoca responsabilidad humana en este dantesco cuadro. “Fue una ruptura en la conciencia colectiva de la humanidad”, expresa Boff. Sin duda, nuestra Espada de Damocles, una lastimosa evidencia de que no hemos sabido relacionarnos desde el agradecimiento con nuestra Madre Tierra, ni entre nosotras ni nosotros mismos.

Recordé entonces que el físico Michio Kaku, en su libro “Visiones. Cómo la ciencia revolucionará la materia, la vida y la mente en el siglo XXI”, refiere los logros que pudiéramos alcanzar con lo que él llama los “tres pilares actuales de la ciencia”: la revolución informática, la revolución biomolecular y la revolución cuántica. Podríamos con la nanotecnología –dice- “destruir microbios infecciosos, matar las células de los tumores una a una, patrullar por nuestro flujo sanguíneo y eliminar la placa de colesterol de nuestras arterias, limpiar nuestro entorno interior devorando los residuos peligrosos, eliminar el hambre del mundo cultivando alimentos sanos, baratos y abundantes. Registrar células dañadas e invertir el proceso de envejecimiento, construir superordenadores del tamaño de átomos”.

Y sin embargo, con estas inmensas potencialidades, la lucha será por evitar nuestra autodestrucción, en caso de que todos los seres humanos y humanas acordemos intentar paliar la crisis planetaria, y que los liderazgos del mundo asuman su responsabilidad como promotores de decisiones políticas atinadas y coherentes con una actitud de servicio hacia y para la vida.

HACIA UNA NUEVA ESPIRITUALIDAD

Para Leonardo Boff el asunto con el calentamiento global no está en adaptarnos a esta realidad ni tratar de aminorar el drama que tenemos encima. Se trata de cambiar el paradigma de civilización, de intentar incluso una verdadera “revolución molecular”, es decir, nuestra propia revolución personal, nuestro viraje, un cambio en nuestras moléculas, desde adentro hacia fuera.

El reto –señala- está en “mirar lejos hacia atrás” y reconocernos en nuestra historicidad cósmica y terrenal, en “mirar lejos hacia delante” para vislumbrar un nuevo horizonte, un proyecto de vida colectiva, y finalmente “mirar lejos hacia arriba”, que implica desarrollar una visión espiritual del mundo, y un nuevo humanismo.


Esta espiritualidad no necesariamente está asociada a las religiones, advierte. “Las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad. La espiritualidad es aquel momento de la conciencia por el cual nos sentimos parte de todo, en el que el ser humano puede escuchar su propio corazón”.

Boff cree que debemos seguir apostando a la vida, atender el clamor ecológico, garantizar el futuro de la Tierra y la supervivencia de todas y todos, promoviendo una cultura de y para la paz, de amor y humanidad; garantizar la unidad de la familia humana, y también la singularidad y la identidad de América Latina. “Debemos sentar a la gran familia humana alrededor de la mesa para disfrutar de la generosidad de la naturaleza”.

Las palabras de Leonardo Boff retumban, estremecen y dejan claro que nuestra responsabilidad en el destino compartido como humanidad es inobjetable. Nos convoca a un accionar ético, a una postura ante y con el mundo, a practicar una nueva política, a recuperar la mirada relacional de la vida como espiral, esa concepción implícita en las tradiciones místicas orientales, en la doctrina cristiana original y en nuestras culturas primigenias.

Boff regresó de nuevo a Brasil con la promesa de continuar su prédica, para evitar la “hamburguerización del mundo”, un riesgo que se corre en el proceso de globalización, dice; con la promesa de seguir abogando por la Tierra, que no es más que gritar por todas y todos.

Thomas Merton - "La lluvia y el rinoceronte"



Déjenme decir esto antes de que la lluvia se vuelva un servicio público que ellos puedan planificar y distribuir por dinero. Con "ellos" me refiero a los incapaces de entender que la lluvia es un festival, gente que no aprecia su gratuidad, pensando que lo que no tiene precio carece de valor y que lo que no puede venderse no es real, de tal modo que para que algo sea verdadero resulta preciso colocarlo en el mercado. Vendrá un tiempo en el cual te venderán hasta tu propia lluvia. Por el momento es gratis todavía, y estoy en ella. Celebro su gratuidad, y su carencia de significado.

Esta lluvia en la cual estoy no es como la lluvia de las ciudades. Llena los bosques con un sonido inmenso y perplejo, Cubre el techo plano de la cabaña y su galería con ritmos persistentes y regulados. Y la escucho, porque me recuerda una y otra vez que todo el mundo anda en base a ritmos que aún no han aprendido a reconocer, ritmos que no son los de una maquinaria.

Anoche subí aquí desde el monasterio, chapaleando por el maizal, dije Vísperas, y para cenar puse algo de avena en la lámpara Coleman. Hirvió hasta desbordarse mientras yo escuchaba la lluvia y tostaba un pedazo de pan en el fuego de leña. La noche se volvió muy oscura. La lluvia rodeó toda la cabaña con su mito inmensamente virginal, un mundo entero de significado, de secreto, de silencio, de rumor. Piénsenlo: ¡Todo ese discurso chorreante, no vendiendo nada, no juzgando a nadie, empapando la espesa alfombra de hojas muertas, remojando los árboles, llenando de agua las zanjas y quebradas del bosque, lavando esas laderas que el hombre ha desnudado! ¡Qué gran cosa es sentarse absolutamente solo, en el bosque, de noche, mimado por este idioma maravilloso, ininteligible e inocente hasta la perfección, la lengua más alentadora del mundo una charla que la lluvia establece encima de los cerros y la conversación de los arroyos en todas las cañadas!

Nadie la inició, nadie va a detenerla. Esta lluvia continuará hablando todo lo que quiera. Mientras lo haga, seguiré escuchándola.

Pero también voy a dormir, pues aquí en este descampado he aprendido cómo dormir de nuevo. Aquí no soy un forastero. Conozco los árboles, conozco la noche, conozco la lluvia. Cierro los ojos e instantáneamente me hundo en todo un mundo lluvioso del cual soy parte, y el mundo prosigue conmigo en él, ya que no le resulto extraño. Soy extraño a la barahúnda de las ciudades, de las muchedumbres, a la avaricia de una maquinaria que no duerme, al zumbido del poder que devora la noche. Me resulta imposible dormir donde se menosprecia la lluvia, la luz solar y la tiniebla. No confío en nada que haya sido manufacturado para sustituir el clima del bosque o praderas. No puedo confiar en sitios donde el aire es primero descompuesto y luego depurado, donde primero envenenan el agua y después la purifican con otros venenos. No existe en el mundo de los edificios nada que no sea fabricado, y si por equivocación un árbol se mete en las casas de departamentos, se le enseña a crecer químicamente. Se le da una razón precisa para existir. Le cuelgan un cartel que dice: por la salud, la belleza, la perspectiva. que es por la paz, la prosperidad; que fue plantado por la hija del intendente. Todo esto es mistificación. La mismísima ciudad vive su propio mito. En vez de despertar y existir silenciosamente, la gente de la ciudad prefiere un sueño caprichoso y fabricado; a ellos no les importa ser parte de la noche, o ser meramente del mundo. Han edificado un mundo, contra el mundo, un mundo de ficciones mecánicas que desprecia la naturaleza y sólo busca sacar provecho de ella, impidiendo así que ella y el hombre se renueven.

Por supuesto que el festival de la lluvia no puede detenerse, ni siquiera en la ciudad. La mujer de la despensa se escabulle por la acera con un diario sobre su cabeza. Las calles, lavadas súbitamente, se vuelven transparentes y cobran vida, y el ruido del tráfico se convierte en un chapoteo de fuentes. Uno casi podría pensar que el hombre urbano, bajo el chaparrón, tendría que tomar en cuenta a la naturaleza en su humedad y frescura, su bautismo y su renovación. Pero la lluvia no trae renovación a la ciudad, sino apenas para el clima del día siguiente, y el destello de las ventanas en altos edificios no tendrá entonces nada que ver con el nuevo cielo. Toda realidad permanecerá entre esos muros, en algún rincón, contándose y vendiéndose con una determinación fantásticamente compleja. Entretanto, los obsesionados ciudadanos se sumergen en la lluvia soportando la carga de sus obsesiones, levemente más vulnerables que antes, pero todavía captando muy escasamente las realidades externas. No ven que las calles brillan hermosamente, que ellos mismos están caminando sobre estrellas y agua, que van corriendo sobre cielos para alcanzar un ómnibus o un taxi, para protegerse de algún modo comprimidos por humanos irritados, los rostros de los avisos y el ruido opaco, cretino, de una música no identificada. Pero deben saber que allí afuera hay humedad. Tal vez hasta la sientan. Yo no podría decirlo. Sus quejas son mecánicas y carecen de aliento.

Naturalmente, nadie puede creer las cosas que ellos dicen acerca de la lluvia. Todo implica una mentira básica: solamente la ciudad es real. Ese tiempo, al no haber sido planeado, no estando fabricado, es una impertinencia, es un quiste en el rostro del progreso. (Apenas una sencilla operacioncita y todo ese despilfarro podría volverse relativamente tolerable. Que el comercio haga lluvia. Esto le daría significación).

Thoreau se sentaba en su cabaña y criticaba al ferrocarril. Yo me siento en la mía y cavilo sobre un mundo que, bueno, ha progresado. Debo leer Walden otra vez, y ver si Thoreau ya conjeturaba que él mismo era parte de lo que pensaba poder eludir. Pero no se trata de escapar. Ni siquiera es cuestión de protestar muy alto. La tecnología está acá, aún en la cabaña. Es cierto, la línea de la usina no está aquí todavía, por lo tanto tampoco ha llegado la General Electric. Cuando la usina y la General Electric entren tomadas de la mano a mi cabaña no será culpa de nadie, excepto la mía. Lo admito. A nadie trato de engañar, ni siquiera a mi mismo. Sufriré en silencio su fanfarronada y sus complacencias paternalistas. Les dejaré creer que saben lo que estoy haciendo acá.

Están convencidos de que me estoy divirtiendo.

Esto ya me lo hizo ver de un golpe mi linterna Coleman. Hermosa lámpara: quema gas blanco y canta defectuosamente, pero emite una fantástica luz verde con la que leo a Filoxenes, un ermitaño sirio del siglo sexto. Filoxenes encaja con al lluvia y el festival nocturno. Más sobre esto volveré dentro de un rato. Entretanto: ¿Qué me dice mi farol Coleman? (La filosofía Coleman viene impresa en la caja de cartón que, con remordimiento, no he barnizado como se requería, sino que tiré en la leñera detrás de los troncos de nogal). Coleman dice que la luz es buena, por esta razón: "Estira los días dando más horas de goce".

¿No puedo estar en los bosques sin alguna razón especial? ¡Estar en el bosque, de noche, en la cabaña, es algo demasiado excelente para justificarlo o explicarlo! Meramente es. Siempre hay algunos pocos que están en el bosque de noche, bajo la lluvia (porque si no los hubiera el mundo ya se habría terminado), y yo soy uno de ellos. No nos estamos divirtiendo, no estamos teniendo algo, no estamos estirando nuestros días, y si nos divirtiéramos ello no sería medido por horas. Aunque por cierto la diversión parece ser eso: un estado de excitación difusa que puede medirse con el reloj y estirarse con un artefacto.

No hay reloj capaz de medir el coloquio de esta lluvia que cae durante toda la noche en el monte anegado y solitario.

Por supuesto, a las tres y media de la madrugada pasa el avión del Comando Aéreo Estratégico, con su luz roja parpadeando, bajo las nubes, peinando las cumbres arboladas en el costado sur del valle, cargado con medicina poderosa. Muy fuerte. Lo suficiente como para calcinar todos estos bosques y nuestras horas de diversión hasta las eternidades.

Y ello me trae a Filoxenes, un sirio que se divertía en el siglo sexto, sin el beneficio de los artefactos y menos aún de disuasivos nucleares.

Filoxenes, en su novena memra (sobre la pobreza) a quienes viven en soledad, expresa que no hay explicación ni justificación para la vida solitaria, puesto que carece de ley. Ser un contemplativo, por lo tanto, es ser un fuera de la ley. Como lo fue Cristo. Como lo fue Pablo.

Quien no esté solo, dice Filoxenes, no ha descubierto su identidad. Parecería estar solo, tal vez se experimenta cono individuo. Pero al hallarse voluntariamente encasillado limitado por las leyes y las ilusiones de la existencia colectiva, no tiene más identidad que un nonato en el vientre. Aún no es consciente. Es un forastero de su propia verdad. Posee sentidos, pero no puede usarlos. Tiene vida, pero no identidad. Para tener identidad, tiene que despertar, y percibir. Pero para despertar, tiene que aceptar la vulnerabilidad y la muerte. No por ellas mismas: tampoco por estoicismo o desesperación. Sino únicamente por la invulnerable realidad interior que no podemos reconocer (que solamente podemos ser), pero a la cual despertamos recién cuando vemos la irrealidad de nuestra vulnerable corteza. El descubrimiento de este ser interior es un acto y una afirmación de la soledad.

Ahora bien, si tomamos nuestra corteza vulnerable como nuestra identidad verdadera, si pensamos que nuestra máscara es nuestra cara verdadera, la protegeremos con fabricaciones aunque ello nos cueste violar nuestra propia verdad. Tal parece ser el propósito colectivo de la sociedad: cuanto más se dedican a ello los hombres, más certeramente se vuelve una ilusión colectiva. hasta que al final tenemos la dinámica enorme, obsesiva e incontrolable de las fabricaciones diseñadas para proteger meras identidades ficticias. Es decir, sujetos considerados como objetos. Sujetos que pueden dar un paso atrás y verse a sí mismos divirtiéndose (una ilusión que les calma con la impresión de ser reales).

Tal es la ignorancia que se toma como fundamento axiomático de todo conocimiento en la colectividad humana: a fin de experimentarse a sí mismo como real uno tiene que suprimir su conciencia de ser incidental, su irrealidad, su estado de carencia radical. Esto se logra elaborando una percepción de uno mismo como alguien que no tiene necesidades que no pueda satisfacer de inmediato. Básicamente, se trata de una ilusión de omnipotencia: una ilusión que la colectividad se adjudica a sí misma, y que acepta compartir con sus miembros individuales de modo proporcional según se sometan a sus fabricaciones más centralizadas y más rígidas.

Uno tiene necesidades, pero si se porta bien y se conforma, puede tener una proporción del poder colectivo. Entonces podrá saciar todas sus carencias. entretanto, a fin de poder incrementar su poder sobre uno, la colectividad aumenta sus necesidades. También estrecha su reclamo de conformismo. De este modo, uno se compromete más y más con la ilusión colectiva de manera proporcional, según se vaya endeudando sin esperanzas con el poder colectivo.

¿Cómo funciona tal cosa? La colectividad instruye y modela tu voluntad de felicidad ("diviértete") brindándote imágenes irresistibles de vos mismo como te gustaría ser: divirtiéndote de un modo tan perfectamente creíble que no permite interferencias de dudas conscientes. Teóricamente, semejante diversión puede ser tan convincente que uno ya no percibe siquiera una remota posibilidad de que se vuelva algo menos gratificante. En la práctica, una diversión costosa siempre admite una duda, que desemboca en otra necesidad mayor, que por su parte exige una satisfacción todavía más creíble y más costosamente refinada, que de nuevo vuelve a fallarte. El ciclo concluye en la desesperación.

Dado que vivimos en el vientre de la ilusión colectiva, nuestra libertad resulta abortada. Nuestro potencial para el goce, la paz y la libertad jamás es liberado. Jamás puede utilizarse. Somos prisioneros de un proceso, una dialéctica de promesas falsas y decepciones reales que culminan en la futilidad.

Dice Filoxenes:"El niño nonato es ya perfecto y se halla plenamente constituido en su naturaleza con todos sus sentidos y miembros, pero no puede utilizarlos en sus funciones naturales. Porque en el vientre no le es posible fortalecerlos o desarrollarlos para tal uso".

Ahora bien, dado que a todas la cosas les llega su tiempo, hay un periodo para el nonato. Claro está, debemos comenzar en el vientre social. En el mito colectivo hay un tiempo para la calidez. Pero llega el momento de nacer. Quien nace espiritualmente como una identidad madura, queda liberado del vientre aprisionante del mito y del prejuicio. Aprende a pensar por sí mismo, no guiado ya por los dictados de la necesidad y por los sistemas y procesos diseñados para crear necesidades artificiales que luego serán satisfechas.

Esta emancipación puede tener dos formas: inicialmente, la de la vida activa, que se libera del sometimiento a la necesidad considerando y atendiendo las necesidades de los otros, sin ideas de interés personal o compensación. Y segundo, la vida contemplativa, que no debe construirse como una fuga del tiempo y la materia, de la responsabilidad social y de la vida de los sentidos, sino más bien como un avance hacia la soledad y el desierto, una confrontación con la pobreza y la variedad, una renuncia al Yo empírico, en presencia de la muerte y la nada, a fin de superar la ignorancia y el error que surgen del miedo a no ser nada. El hombre que osa estar solo puede llegar a ver que el vacío y la inutilidad que la mente colectiva teme y condena son condiciones fundamentales para el encuentro con la verdad.

Es en el desierto de la soledad y la vaciedad que el miedo a la muerte y la necesidad de autoafirmacion se descubren como ilusorios. Cuando esto se ve de frente, la angustia no es necesariamente vencida, pero puede aceptarse y comprenderse. Así en el corazón de la angustia se hallan los dones de la paz y la comprensión: no simplemente en la iluminación y la liberación personales, sino mediante el compromiso y la afinidad, ya que el contemplativo debe asumir la angustia universal y su ineludible condición de hombre mortal. El solitario, lejos de confinarse en sí mismo, se vuelve cada hombre. Habita en la soledad, la pobreza, la indigencia de todo hombre.

Es en ese sentido que el ermitaño, según Filoxenes, imita a Cristo. Pues en Cristo, Dios toma para Sí la sociedad y el desamparo del hombre: todo hombre. Desde el instante en que Cristo se fue al desierto para ser tentado, la soledad, la tentación y el hambre de cada hombre se volvieron la soledad, la tentación y el hambre de Cristo. Pero en cambio, el don de la verdad con que Cristo disipó los tres tipos de ilusión ofrecidos en su tentación (seguridad, prestigio y poder) puede convertirse en nuestra propia verdad, solo si podemos aceptarlo. También se nos ofrece en la tentación. Dijo Filoxenes: "Ve tú al desierto sin llevar contigo nada del mundo, y contigo irá el Espíritu Santo. Mira la libertad con que Jesús se fue y vete como El; mira dónde ha dejado las reglas del hombre; deja las reglas del mundo donde El dejó la ley y sal con El a combatir el poder del error".

¿Y dónde se encuentra el poder del error? Después de todo hallamos que no estaba en la ciudad, sino en nosotros mismos.

Hoy en día, las reflexiones de un Filoxenes han de buscarse menos en los tratados de los teólogos que en las meditaciones de los existencialistas y en el Teatro del Absurdo. El problema de Berenger, en el Rinoceronte de Ionesco, es el problema de la persona humana desamparada y sola en lo que amenaza volverse una sociedad de monstruos. En el siglo sexto Berenger tal vez se habría ido al desierto de Escitia, sin preocuparse demasiado porque todos sus conciudadanos, todos sus amigos y hasta su novia Margarita se han convertido en rinocerontes.

Hoy el problema es que ya no quedan desiertos, solamente hay bungalows para turistas.

Las islas desiertas son sitios donde los perversos personajes infantiles de El Señor de las Moscas se topan cara a cara con el Señor de las Moscas, constituyen una pequeña, hermética y feroz colectividad de rostros pintarrajeados, y se arman con lanzas para cazar al último componente de su grupo que todavía recuerda nostálgicamente las posibilidades del debate racional.

Cuando Berenger descubre repentinamente que es el último humano en un rebaño de rinocerontes, se mira al espejo y dice humildemente: "Después de todo, el hombre no es tan malo como parece, ¿verdad?". Pero su mundo ahora se estremece fuertemente con la estampida de sus metamorfoseados congéneres, y pronto se da cuenta que la mismísima estampida es el más elocuente y trágico de todos los argumentos. Pues cuando considera el salir a la calle "para tratar de convencerlos", se da cuenta de que "tendría que aprender su lenguaje". observándose en el espejo, nota que ya no se parece a nadie. busca enloquecido una foto de la gente como era antes del gran cambio. Pero ahora la humanidad misma se ha vuelto increíble, así como horripilante. Ser el último humano en un rebaño de rinocerontes resulta, de hecho, ser un monstruo.

Ese es el problema en que nos sitúa Ionesco con su trágica ironía: la soledad y el discernimiento se vuelven cada vez y más imposibles, más y más absurdos. Que Berenger acepte finalmente su absurdo y corra a desafiar a todo el rebaño, solamente remarca la futilidad de un compromiso con la rebelión. Al mismo, con Le Nouvel Locataire (El Nuevo Inquilino), Ionesco pinta el absurdo de un individualismo lógicamente coherente que, de hecho, es un auto-aislamiento mediante la seudo-lógica de necesidades y posesiones en proliferación.

Ionesco se quejó porque la producción de Rinoceronte en Nueva York se encaró como una farsa: la llamó un malentendido absoluto. Se trata de una pieza no solamente contra el conformismo sino sobre el totalitarismo. El rinoceronte no es una bestia amable, y teniéndole cerca se acaba la diversión y las cosas se ponen serias. Todo tiene que tener sentido y ser totalmente útil para el operativo absolutamente obsesivo. Al mismo tiempo, Ionesco fue criticado por no darle al público "algo positivo" para llevárselo consigo, en vez de solamente rechazar la aventura humana. (Presumiblemente, la rinoceritis ¡es lo último en aventuras humanas!). Respondió: "Ellos (los espectadores) se van vacíos, y esa era mi intención. ¡El oficio de un hombre libre es salirse de este vacío mediante su propio poder y no con el poder de otra gente!" En esto Ionesco se aproxima mucho al Zen y al eremitismo cristiano.

"En todas las ciudades del mundo es lo mismo", dice Ionesco. "El hombre universal y moderno es el hombre apresurado (o sea, el rinoceronte), un hombre carente de tiempo, prisionero de la necesidad, incapaz de entender que una cosa podría no tener utilidad; y menos comprender que, en el fondo, lo útil podría ser una carga inservible y deslomadora. Si no se entiende la utilidad de lo inútil y la inutilidad de lo útil, no puede entenderse el arte. Y un país donde el arte es incomprendido es un país de esclavos y de robots" (Notes et Contre Notes, pág. 129). La rinoceritis, añade, es la enfermedad que se encuentra al acecho "de quienes han perdido el sentido y el gusto por la soledad".

El amor a la soledad es a veces condenado como "un odio a nuestro prójimo". ¿Es esto verdad? Si llevamos más lejos nuestro análisis del pensamiento colectivo, encontramos que la dialéctica del poder y la necesidad de la sumisión y la satisfacción terminan siendo una dialéctica del odio. El colectivismo necesita no sólo absorber a todo el que pueda, sino también implícitamente odiar a todo el que no es posible absorber. Paradógicamente, una de las necesidades del colectivismo es excluir a ciertas clases, o razas, o grupos, para reforzar su propia conciencia de sí mismo, odiándolos en vez de absorverlos.

Así, el solitario no puede sobrevivir, a menos que sea incapaz de amar a todos, sin preocuparle el hecho de que posiblemente todos lo considerarán un traidor. Solamente el hombre que ha alcanzado plenamente su propia identidad espiritual puede vivir sin la necesidad de matar, y sin la necesidad de una doctrina que le permita hacerlo con buena conciencia. Siempre habrá un lugar, dice Ionesco, "para esas conciencias que se han alzado a favor de la conciencia universal" así como contra la mente masificada. Pero su lugar es la soledad. No tienen otro. Por eso es el solitario (sea en la ciudad o en el desierto) quien le hace a la humanidad el inestimable favor de recordarle su genuina capacidad de madurez, libertad y paz.

Para mi suena mucho a lo que dice Filoxenes.

Y suena como lo que dice la lluvia. Soportamos todavía esta carga de ilusión porque no osamos soltarla. Sufrimos todas las necesidades que la sociedad nos exige sufrir, porque si no tenemos tales necesidades perdemos nuestra utilidad en la sociedad -la utilidad de los tontos y los engañados-. Tememos estar solos y ser nosotros, para recordarles así a los demás la verdad que los habita.

"No os haré ricos como para que tengáis necesidad de muchas cosas", dice Filoxenes (poniendo estas palabras en labios de Cristo), "pero os haré ricos verdaderos que no tienen necesidad de nada. Ya que no es rico el que tiene muchas posesiones, sino el que no tiene necesidades". obviamente, siempre tendremos algunas necesidades. Pero sólo el que tenga las necesidades más sencillas y naturales podrá considerarse sin necesidades, dado que las únicas que tiene son auténticas, ¡y las reales no son difíciles de satisfacer si uno es un hombre libre!

La lluvia ha cesado. El sol de la tarde se inclina a través de los pinos: ¡cómo huelen esas agujas inservibles en el aire claro!

Un diente de león, bien fuera de estación, ha conseguido florecer entre las aplastadas hojas de lirios del verano pasado. El valle resuena con la charla totalmente no informativa de las quebradas y el agua silvestre.

Entonces, las codornices inician su dulce silbido entre los arbustos húmedos. Su ruido es absolutamente inservible, así como el deleite que me producen. No hay nada que prefiera oír a cambio, no porque sea mejor ruido que otros, sino porque es la voz del momento presente, del presente festival.

Sin embargo, hasta aquí mismo tiembla la tierra. Allá, en Fort Knox, el rinoceronte se divierte.

T.S. Eliot - Primer Coro de LA ROCA


Fragmento de un poema de T. S. Eliot a través del tremendo vacío de las metrópolis por las que andamos como fugitivos de una época donde no se vive sino que se simula la vida, por donde nadie disfruta realmente nada. Una manada de rinocerontes y una jauría de espectros caníbales atestan al frenesí cotidiano donde sobrevivir se considera una victoria y donde el espíritu humano resiste a pesar de la descomposición reinante y la corrupción rampante... (Randy Key)





Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
El cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
Conocimiento del habla, pero no del silencio;
Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
Pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.»



T.S. Eliot
(Missouri, USA, 1888-Londres, 1965)

(Traducción: Jorge Luis Borges)

marzo 23, 2007

R. Buckminster Fuller (1895-1983)



Los políticos están siempre maniobrando realísticamente para la siguiente elección. Están obsoletos como solucionadores fundamentales de problemas.


Estamos en una espacionave, que es hermosa. Precisó miles de millones de años para desarrollarse. No vamos a contar con alguna otra. Entonces, ¿cómo hacemos para que esta espacionave funcione?


Jamás cambiarás las cosas luchando contra la realidad existente. Si quieres cambiar algo, contruye un nuevo modelo que convierta en obsoleto al modelo existente.

Moléculas calentitas - Fullerenos

El carbono es un elemento curioso. Se presenta en formas y colores diversos. Quizá los más comunes son sólidos negros (coke, grafito) pero también se puede presentar como el cristalino y duro diamante. Efectivamente, los diamantes están pura y simplemente formados por átomos de carbono. Claro está que en los diamantes esos átomos de carbono están ordenados de una forma muy especial, que sólo se consigue bajo presiones muy altas. Así que en este caso esas piedras tan preciosas son escasas y caras no debido a su composición sino a las extrañas condiciones bajo las que se forman.

En cualquier caso el grafito es un material muy común y barato que se puede encontrar en las minas de los lápices. Los cristales de diamante son tan escasos y difíciles de extraer que llegamos a pagar el equivalente de muchos, muchos, muchos lápices para conseguir uno y usarlo en rituales de apareamiento.

En el grafito los átomos de carbono forman capas en las que cada átomo está rodeado por otros tres átomos idénticos a él formando una estructura hexagonal. En el diamante cada átomo de carbono está enlazado a cuatro vecinos iguales dispuestos en forma de tetrahedro.

La estructura de cada uno de estos dos materiales, es decir, el orden interno de sus átomos, es lo que determina sus propiedades. El enlace en tres dimensiones de los átomos de carbono en el diamante da lugar a una estructura más robusta y por tanto a cristales más duros que en el caso del grafito. En este último el enlace se limita a las dos dimensiones de las capas, que pueden deslizarse fácilmente entre sí lo cual da lugar a un material blando que se usa como lubricante sólido.

Todo esto se sabe desde hace ya muchos años. Pero hace poco el carbono irrumpió con fuerza de nuevo en el mundo de los materiales gracias a una aparición estelar con nuevas ropas. En 1985 se descubrió una nueva forma del carbono (de hecho una familia entera de nuevas formas). El primer miembro de esta familia y el mejor conocido es una forma con estructura esférica, compuesta por 60 átomos de carbono, y que se muestra en la siguiente figura:

Esta bola de fórmula C60 se conoce también como "buckminsterfullerene" o simplemente "fullereno" (pronunciado 'fulereno') en honor del ingeniero americano R. Buckminster Fuller. Fuller había diseñado, ya en 1967, para la EXPO en Montreal, una cúpula geodésica en la que usaba elementos hexagonales junto con alguno pentagonal para curvar la superficie. La molécula de fullereno es verdaderamente un asombroso conjunto de 60 átomos de carbono (esferas azules en el dibujo de arriba), todos ellos equivalentes, indistinguibles, cada uno enlazado a otros tres carbonos, como en el grafito, pero con una topología peculiar, formando parte de dos hexágonos y un pentágono que da lugar a una estructura cerrada.

Esta nueva forma del carbono se puede aislar a partir del hollín que se produce al hacer saltar un arco eléctrico entre dos electrodos de grafito. Algo así como un experimento de relámpagos a escala de laboratorio. Es QUÍMICA A ALTAS TEMPERATURAS que da lugar a MOLÉCULAS CALENTITAS !.

Otros fullerenos y materiales similares han seguido al C60 en los titulares, entre ellos el C70, una molécula con forma de balón de football americano, también estructuras de capas concéntricas como las cebollas y nanotubos cilíndricos (tubos de dimensiones en nanometros, es decir 0.000000001 metros). La historia de los fullerenos es un ejemplo perfecto de un extraordinario nuevo producto químico, fruto de una excelente investigación básica, que ha dado lugar a un nuevo campo de la investigación química y al desarrollo de nuevos materiales que encontrarán sin duda numerosas aplicaciones en toda clase de dispositivos de alta tecnología.

Y ¿qué decir de su curiosa forma? . Bueno... podemos asegurar que Buckminster Fuller no fue la única persona capaz de combinar sabiamente hexágonos y pentágonos para formar una esfera. Algún otro humano anónimo ya tuvo la misma idea porque el C60 es ¡ exactamente idéntico a un balón de fútbol !

marzo 21, 2007

MARIO SATZ* - Función de la memoria en la Kábala y el sufismo



Dado que existe un famoso hadiz que atribuye a Muhámmad el dicho: «Busca la sabiduría hasta en la China», creo que es lícito comenzar esta meditación sobre la memoria en tanto código de resurrecciones con una fábula china extraída del Jardín de las Anécdotas (1). Dice así:

“Ya tengo setenta años —dijo el duque Ping de fin a su músico ciego, Shi Kuang—. Aunque quisiera estudiar y leer algunos libros, creo que ya es demasiado tarde, pues me falla la memoria”. “Por qué no enciende la vela?” —sugirió Shi Kuang—. “Cómo se atreve un súbdito a bromear con su señor?” —exclamó el duque, enojado—. “Yo, un músico ciego, no me atrevería —contestó ShiKuang—. Pero he oído decir que si un hombre es devoto al estudio en su Juventud, su futuro es brillante como el sol matinal; si se aficiona al estudio en su edad media, es como el sol del mediodía; mientras que si comienza a estudiar de viejo es como la llama de la vela. Aunque la vela no es muy brillante, al menos es mejor que andar a tientas, en la oscuridad...” Y el duque estuvo de acuerdo.

Las posiciones del sol resultan, en esa anécdota, significativas en relación al estudio y la memoria por diversas razones, todas ellas convergentes. La primera es de índole físico-química y establece que una pérdida real de memoria, causada por el stress o la edad, puede ser compensada por una ingesta de fósforo, es decir por una incorporación de luz al organismo. Como son las neuronas las responsables de alumbrar la memoria, es hacia allí que va el fósforo a ceder sus encantadas moléculas, dueño de esa extraña propiedad que le “hace brillar en medio de la oscuridad”. La segunda razón, paradójica, estriba en que se trata de un ciego y para más datos un músico quien sugiere al duque Ping encender una vela.

En Israel, como en el Islam, la figura del ciego es proverbial, arquetípica. Tanto el saber oral de los saguí nahor o “ciegos de demasiada luz” mencionados en el Talmud, como los relatos de los almuédanos invidentes son citados y admirados por su precisión, belleza y eufonía, pero sobre todo por el despliegue fabuloso de memoria que demuestran, como si el cerrar los ojos al mundo externo fuera, con todo, un gran privilegio, ya que así es más fácil auscultar lo interior, ver-lo-que‑no‑se‑ve. De Homero a Milton y de éste a Borges la cadena de los ciegos memoriosos es tan poética como inequívocamente divina. Se les concede el don de la palabra, que supone el de un buen oído y por consiguiente el de una impresionante retentiva, a quienes las imágenes no alejan demasiado del sitio de los reencuentros, a quienes, muy dentro de sí mismos, perciben lo que acontece fuera. Si el ojo es el vehículo de todas las fugas, el oído constituye, por el contrario, la concha de todas las repeticiones, de todas las vueltas del ser sobre sí mismo.

La tercera razón, y tal vez la más importante, según sugiere el ciego Shi Kuang, es el valor del estudio. En efecto, el interés por las cosas espirituales, ese incesante aprendizaje del alma que tanto veneraron los antiguos maestros del corazón como Ibn ‘Arabî o Bonastruc de Porta, Lullio o Maimónides, contemporáneos todos de un increíble siglo XIII español, es preferible al andar a tientas, a morar en las sombras de un desconsolado no saber. Obviamente, el estudio como hábito fortifica la memoria, pero en el contexto de la parábola china hace aún más: ilumina aquella época de nuestra vida —en la que comienzan a mermar nuestras fuerzas— con el sol del recuerdo, sostiene una luz neguentrópica contra el negro destino entrópico de todos los sistemas biológicos, manteniendo en vilo nuestra curiosidad y su abanico de sorpresas. Basta considerar que en la palabra Oriente está incluida la salida del sol para comprender de inmediato que estar desorientado es estar privado de luces y destellos guiadores.

Pero la memoria en sí no implica ningún valor. Antes bien, a veces, como en el caso del tibetano Milarepa, puede ser un impedimento para alcanzar la iluminación, el dharmakaya o luminoso cuerpo diamantino. Tal es, quizá, la razón por la que el santo y poeta discípulo de Marpa el Traductor dijo aquello de: “La memoria es la culpable en los infiernos”. Atada al pasado, ruina de algún remoto hecho viviente, huella mnésica, corteza seca, ceniza amarga, la memoria impide con frecuencia el goce y la percepción del aquí y ahora. Debemos aclarar que, en este caso, se trata de una memoria cronológica, de un pesado remanente biográfico que impediría a un individuo o a un pueblo dado enfrentarse desnudo, sin condicionamientos previos, al puro devenir sin nombre. Acceder de modo directo y sin filtros a la radiante luz del Ser.

Por el contrario, tanto la memoria a la que aspiran el cabalista como el sufí, enmarcada en la raíz verbal semítica zjr, que para los místicos musulmanes conduce al dzikr y para los estudiosos hebreos desemboca en zjor, supone una evocación de algo acontecido in illo tempore, el retorno a un estado sin fisuras ni dualidades, en el que el ser humano estaba recién salido del horno de Dios, y era un pan de semejanzas, una brillante espiga analógica. Zjor et ha‑lom ha‑shabat, “recuerda el día sábado”, reza el imperativo bíblico, pues en ese séptimo día —al que le corresponde, en la secuencia alfabética, la letra zain que alude a la semilla y al tiempo— el Creador contempla Su creación. En lo que respecta al sufí o místico musulmán, mediante la correcta recitación de las suras, éste se convierte en un dzâkir, en un rememorador letánico que regresa del sentido al puro sonido como un agua que refluyera hacia su fuente.

En esa primera aparición del Exodo 20:8 que ordena memorizar el sábado, los kabalistas perciben todo el misterio del septenario. En efecto, la cifra siete, sheva en hebreo, alude a las seis direcciones del espacio más el centro, y ocupa tanto el primero como el séptimo puesto en el orden de lo manifestado. Siete es también el número de las cuerdas de la lira de Orfeo, de ahí que los pitagóricos vieron en ese valor una ley armónica musical de revelación y ocultamiento simultáneos. Analizando cada una de las tres letras que incluye la palabra sheva, siete, podemos descubrir en ella dos subraíces: shab, que indica retorno, vuelta o regreso, y ab, nube, formación vaporosa. Siete sería, así, una vuelta a los orígenes. Simultáneamente, al estar en relación con el día de descanso, resulta más que curioso constatar que, leída con un cambio en la notación diacrítica, es decir como sabea, tal palabra supone satisfacción, plenitud física, de donde se sigue que la memoria que se pone en juego el sábado es la de una plenitud central y armónica, cíclica y axial.

De modo análogo, en el Tratado del Amor (2) de Ibn ‘Arabî de Murcia, que forma parte de su extensa obra Futûhât alMakkiyya o Conquistas espirituales de Meka, leemos: “Hubo entonces la Nube opaca que se llamó ‘El Ser verdadero por el cual existe el mundo creado’. Esta nube opaca, que es la substancia primordial del mundo, recibe eternamente todas sus formas así como los espíritus y las entidades sometidas a la Naturaleza universal sin excepción. Ese fue el origen de Su amor hacia nosotros”.
El peso y la medida del tiempo, la calcificación inevitable de lo cotidiano, la herrumbre del cuerpo en suma, sólo se mitigan con un retorno a lo nuboso Indeterminado, a lo suspenso en el espacio, a aquello que los budistas denominarían lo Increado. Por consiguiente, si la memoria sirve para eso, sus instrumentos meemónicos son una bendición para el buscador espiritual.

Por otra parte, este tipo de memoria positiva no es meramente genética o cosmológica —rasgos que entran dentro de lo comprensible por la vía del ADN o de las partículas subatómicas que aún laten su movimiento browniano en nuestras células—, sino que apunta más allá, hacia una zona mística en la cual el observador participante se convierte en creador de sí mismo. La imitatio es, allí, transmutatio, puesto que el yo humano, que recuerda quien es, deviene Tú, un Tú divino que —aunque envuelto en nube opaca, diría Ibn ‘Arabî — se percibe como la máxima y única certidumbre del “origen del Amor hacia nosotros”. En la Kábala, la letra zain, que ocupa, según dijimos, el séptimo sitio alfabético, inicia doblemente las palabras zera, «semilla», y zohar, «resplandor». lo que equivale a decir que la simiente‑es‑luz‑cristalizada y que en ella, al igual que en el grano de mostaza evangélico, está contenido El Reino de los Cielos.

Ahora bien, el camino que va de la semilla al árbol, de lo críptico a lo revelado, esa es la senda que debe recorrer la memoria sufí o kabalística, cuyo objetivo supremo, como el del perianto de las flores, es devolver luz a la luz, porque así como la mala memoria está a oscuras, la buena memoria, la memoria inmejorable, desanda el tortuoso camino del tiempo y actualiza, en este espacio que pisan nuestras plantas, la totalidad del mundo en un instante. Recordar es Iluminarse e iluminarse es recordar.

“El dzikr (zekr, en persa) —escribe Henry Corbin (3)— es el medio más apropiado para liberar la energía espiritual, es decir, para permitir que la partícula de luz divina que se encuentra en el místico se una a su semejante.” Se trata, en consecuencia, de ponerse en contacto —a través de la memoria— con la luz que nos engendró, la cual, para los cabalistas hebreos, está ligada, ritualmente, al día sábado, el de la contemplatio por antonomasia.

Entre los sufíes, en cambio, y según lo anota Corbin, el dzikr tiene el privilegio de no estar ligado a ningún horario en particular, pues no conoce otra limitación más que la capacidad personal del místico. Najm Kubrâ, un maestro persa (también del siglo XIII), estudiado por Corbin, sostenía que, cuando en la práctica del dzikr el místico se sumerge en su propio corazón, éste se introduce en una “especie de pozo al que el mismo dzikr desciende como un cazo para recoger de allí agua”. Se trata, por lo visto, no de un agua común, sino de acqua ardens o un acqua vitae que, a la manera de la evocada por los alquimistas, lava al sujeto de su escoria personal, es decir, biográfica, histórica, despojándolo de sus coordenadas de reconocimiento social para acabar arrojándolo a un océano de luz o de fuego. “En una última fase, el dzikr se entremezcla tan íntimamente con el ser profundo del místico que, aunque éste lo abandonara, el dzikr no le abandonaría a él. ‘Su fuego (es Kubrâ quien habla en el libro de Corbin) no cesa de arder, sus luces ya no se extinguen. Ves sin cesar luces que suben y bajan. El resplandor te rodea, con llamas muy puras, muy cálidas, muy ardientes’.”

El Zohar hebreo, texto capital del siglo XIII español, no se propone llevar al sujeto a ese extremo, pero, no obstante, llama a su maestro principal, Rabí Simeón Bar Yolial, la Lámpara Santa, describiendo su paso al otro mundo como un incendio o conflagración espiritual. También para la Kábala es el corazón el nido estelar de todos los posibles vuelos. Sus latidos constituyen los así llamados “misteriosos treinta y dos senderos de sabiduría” cuyo recorrido desemboca en la Luz‑Sin‑Fin, ubicada por encima de la coronilla. “Quien desea penetrar —dice la Lámpara Santa, Rabí Simeón en el Zohar (4)— en el misterio de la santa Unidad, debe contemplar la llama que sale de un carbón o de una vela encendidas. La llama sólo puede salir de un cuerpo concreto. Además, en la llama misma hay dos luces: una blanca y luminosa y otra negra o azul. La luz blanca es la más elevada y sale constantemente. La luz azul o negra está debajo de la otra que descansa sobre ella como sobre un pedestal. 1,as tíos están inseparablemente ligadas, hallándose la blanca entronizada sobre la negra. La base azul o negra está, a su vez, ligada a algo de abajo, que la mantiene encendida e impele a tener hacia la luz blanca de arriba. A veces, esa luz azul o negra se torna roja, pero la luz blanca de arriba nunca cambia de color.”

La mención del ‘azul o negro que a veces es rojo’ responde al cromatismo oscilante de lo vivo, sujeto a combustión aeróbica, pero la emanación de la luz blanca, de la que el maestro comenta que “sale constantemente”, o sea, que es homogénea, constituye la verdadera aspiración del místico. Moisés —dice el Zohar— y otros grandes maestros alcanzan ese nivel, un continuum sin altibajos humanos, tras un engarce en el cual este mundo adquiere su verdadera perspectiva de teatro de sombras. Homologado —por el esfuerzo del zjor kabalístico o el dzikr sufí— el cuerpo del estudiante a esa vela o carbón, su trabajo consistiría, memoria mediante, en arder hasta alcanzar un grado de luminiscencia tal que el sujeto se convierta en pura información, en “rayo que no cesa”, que dijera el poeta Miguel Hernández. Para ello es preciso pasar la famosa prueba del fuego paulino, a partir de la cual se comprende que: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloría de Dios en la faz de Jesucristo”, 2 Corintios, 4:6.

Puesto que recordar contiene la raíz latina cor, “corazón”, será sin duda ese el locus o atanor alquímico en el cual el artífice o místico enciende el fuego voluntario que le llevará eventualmente a percibir la “gloria de Dios”, como don o gracia. Los sufíes denominan al corazón qalb y los kabalistas leb, pero para ambos buscadores de la Verdad Ultima esa víscera es mucho más que un elemento del cuerpo: constituye el oscilante trampolín desde el que se ensayan los sucesivos saltos en el interior de la “nube opaca” de Ibn ‘Arabî.

En un famoso libro llamado Materia y memoria, Henry Bergson expuso, a la manera de Einstein, el modo en que la información cristaliza o se fija momentáneamente en redes de átomos, para ser desactivada en un instante oportuno. Si acaso la materia, la materia viva, se acuerda de lo que dice o transmite, en ese mismo momento lo cristalizado se torna fluido. De tal forma que si la información es conciencia, cada modificación o acrecentamiento de conciencia cambia la información precedente y por ende su vehículo. Bergson llamó a cada proceso “evolución creadora” mucho antes que se descubriera el código genético, con su doble hélice y, en ella, la función fosforilizadora del fosfato del ATP. La fotofosforilación cíclica, es decir, la síntesis del ATP a partir del ADP y del fosfato mineral, se mueve entre las cifras dos y tres, dualidad y trinidad, gracias a un péndulo de luz, de fósforo, que ilumina, a través de los plastos, el verde de las hojas, primeras conversoras de energía fotovoltaica en energía viva. Su color, familiar a los místicos del Islam, es el del Jadir, el Inmortal de cuyas repetidas apariciones gozó Ibn ‘Arabî a lo largo de su vida errante. Por su parte, kabalistas hebreos ven en el color verde, que llaman iarok, algo muy valioso, iakar. Tanto que sus mismas tres letras —reish, iod y kuf— forman la palabra reik, vacío.

Pero ¿qué es aquello que, siendo verde y valioso, está vacío? Mejor dicho, ¿por qué es ese tono el que tiene tanta preeminencia en los místicos? Sencillamente porque es el color osiríaco de la resurrección y, en la gama natural, ocupa el lugar central. Así, todo iniciado capaz de hallar en su camino a Jadir supera su condición humana y reverdece emergiendo a otro plano: de la dualidad, tras el toque fosfórico de la iluminación y el hierro fijador de su sangre, tendrá, tarde o temprano, acceso a ese misterio trino y uno de lo vivo, momento en que él illismo devendrá una hoja del árbol cósmico y sentirá la savia de los soles fluyendo por sus arterias. Entonces recordará quién es. Uno en muchos, muchos en uno.

Corbin denomina a esta visión, de larga data entre los sufíes, visio smaragdina. A su vez, sus imágenes proceden del Apocalipsis 43: “Y al instante yo estaba en el Espíritu, y he aquí un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado, y el aspecto del que estaba sentado era semejante a la piedra de jaspe, y de cornalina; y había, alrededor del trono, un arco iris, semejante en aspecto a la esmeralda”. Cuando tal visión se experimenta, escribió Kubrâ: “Todos los ma‘ânî (los contenidos ocultos, las chispas latentes) vuelven a su fuente que es el corazón; y entonces todo adquiere un color único, el color verde, el cual es el color de la vitalidad del corazón”.

En la Kábala se habla del camino que va del Árbol del Bien y del Mal al Árbol de la Vida como de una ruta abismal. Puesto que ambos árboles difieren simplemente por el tono gnóstico de sus hojas, será el segundo de ellos el que “siempre esté verde” y dé fruto todo el año. Un árbol del cual —como reza el Salmo 1:3: “su hoja no cae”, alehu lo ibol. Empero, toda vez que la dialéctica del bien y del mal, de lo alto y lo bajo, del yo y los otros, haga presa del corazón natural del hombre, nada sobrenatural le será dado conocer. SI, en cambio, como una bella hoja, él mismo es capaz de fotosintetizar la luz, de fijarla, de revelarla a otros, entonces su mente se transformará en el imán de los cielos.

Para volver a la función de la memoria en el Sufismo y en la Kábala, comparemos ahora las palabras zjor y dzikr relacionadas ambas con la evocación, con el recuerdo. Tributarias de la misma raíz, conservan en ella lo que la Kábala llama raz, secreto, y el Sufismo sirr, el centro más íntimo del alma, allí donde se opera la unión mística. Desde el punto de vista guemátrico, es decir, numérico, el vocablo raz da la cifra 207, que es idéntica a la de or, luz. De donde, para la Kábala, el secreto de la memoria es la luz, Simultáneamente, según la terminología de Kubrâ, recordar, ejercer el dzikr, tiene por finalidad hacer que el Sujeto emerja de un pozo para después de atravesar toda clase de fotismos coloreados alcanzar la altura del Insân Kabîr, el Homo Maximus llamado por los kabalistas Adám Kadmón. Allí, tras el ejercicio correcto de la memoria, sirr se abre como una flor, proyectando su luz auroral en torno a la cabeza del iniciado, exactamente como dicen los budistas tántricos que ocurre cuando el loto de los mil pétalos o sahasrara, que lleva inscrito los cincuenta caracteres del alfabeto sánscrito, muestra toda su blancura una vez lograda la realización, una vez puestos en contacto al fin humano con el origen divino. Pero silencio, blanco, altura, cielo, sólo son sinónimos superficiales para nombrar una experiencia profunda.

Contrariamente a la tradición clásica grecolatina, que veía en la memoria un auxilio para la oratoria, tal y como lo narra Cicerón, sufíes y kabalistas la consideran una vía interior, jamás un lujo social ni un instrumento de brillo público. Si, como bien recuerda Francis Yates (5), la memoria clásica, renacentista y en definitiva europea busca en arquitecturas y decorados loci determinados para sus puntos de apoyo, y aprecia, en la capacidad de recordar, la facultad evocadora del pasado, kabalistas y sufíes se empeñan por su parte en trascender las formas, que consideran velos o cortinas a descorrer con tal de tener acceso a una unidad indiferenciada, metahumana, así pues, las relaciones de contiguidad objetal, aquello que en inglés llamaríamos background, y que caracterizan todo el arte de la memoria occidental, tienen para el místico judío o islámico, como (dicho sea de paso) para el castellano del Siglo de Oro, relativa importancia. El está interesado, sobre todo, en las relaciones de homología, en los lazos invisibles y, por lo tanto, difíciles de percibir por la memoria común. Si acaso se aplica al estudio y logra desarrollar ciertos poderes lo hará para que el sol de la mañana, como narra la parábola china ya citada, le brille en la noche de su vida; para que la ausencia se le convierta en presencia y la ceguera en música.

En tanto baterías de células solares en organismos vivos, nuestro destino se encamina del brillo a la opacidad, de la tersura a las arrugas, de la plenitud al vacío. Cuanto más decae el cuerpo, más gana la sombra, hasta que la muerte física, Sombra de sombras, sólo deja nuestros restos. Por ello es meritoria y justificable la tarea espiritual del místico, luchador helíaco, lámpara de sus gentes, aventurero de su geografía simbólica. En las heridas y en las cicatrices de sus combates, así como en sus versos y poemas, huellas mnésicas, vemos los fulgores de nuestro propio camino. Una defensa de luz por la luz.

El Hombre Perfecto —escribió Ibn ‘Arabî en el Fusûs al‑Hikam (6)— no siente su peso”. De igual modo, podríamos decir que la memoria que se acuerda vuelve al sitio del cual nunca ha salido.


Notas

(1) Fábulas Antiguas de China, Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1984.
(2) Ibn ‘Arabî, Tratado del Amor, Edicomunicación, Barcelona, 1988.
(3) Henry Corbin, El hombre de luz en el sufismo iranio, editorial Siruela.
(4) El Zohar, lecturas básicas de la Kábala, Biblioteca del Dragón, Madrid, 1986.
(5) Francis Yates, El arte de la Memoria, Taurus, Madrid, 1974.
(6) Ibn ‘Arabî, El Núcleo del Núcleo, Sirio, Málaga, 1986.

* Los dos horizontes, textos sobre Ibn ‘Arabî, editora Regional de Murcia, pp. 375-383

Satish Kumar conversa con FRITJOF CAPRA


No ha hablado de las estructuras de poder.

F. Capra: Pienso que el asunto del poder y las actuales estructuras de poder es relevante sobremanera. El poder es esencialmente una exageración de la propia afirmación. Por supuesto que la propia afirmación es necesaria y saludable, pero cuando se va de las manos desemboca en esas extremas estructuras de poder. Pienso que es muy necesario ver claramente de dónde viene el poder.


Un presidente norteamericano difícilmente tiene poder, el poder reside en el Congreso y el Congreso está dirigido por las corporaciones, los grupos de presión, las camarillas y demás, así que el presidente no puede hacer demasiado. La única vez que Jimmy Carter pudo estar realmente activo fue cuando se hallaba fuera del país. Cuando estaba en el Medio Oriente o hablando con Brezhnev y cosas por el estilo. Pero en la Casa Blanca tema escaso poder. En los Estados Unidos, la gente cree que el presidente es un mal presidente porque no puede hacer un comino, y entonces viene alguno de afuera, de Georgia o California, o cualquier otro sitio y les dice: "Bueno, cuando yo llegue a la Casa Blanca será todo muy diferente porque yo vengo de afuera". Entonces, llega a la Casa Blanca y sucede exactamente la misma cosa otra vez. Pienso que es muy crucial reconocer, no solamente en Norteamérica, sino en todas partes, que el poder político reside en el poder económico.


¿Cual es la relación entre materia y conciencia?


F. Capra: Las pautas que observamos en la materia parecen ser reflejos de las pautas de la mente. Cuando se observa cierta partícula o cierta estructura en el mundo de las partículas, resulta muy difícil decir en verdad si está fuera o si está dentro. Me parece que las pautas de la mente y las pautas de la materia son reflejos una de la otra. Cuando estudiamos la materia, entonces desembocamos en interconexiones y correlaciones, y vemos que las estructuras materiales vienen a ser una red de correlaciones. Cuando nos ocupamos de la mente, la psique, en el dominio del pensamiento, de la conciencia, nos manejamos con interconexiones y correlaciones. Así que tenemos dos lotes de correlaciones y hay correlaciones entre ambos. Pienso que ése es el modo en que podemos realmente hacer contacto entre la materia y la conciencia. Mientras considerábamos a la materia como objetos sólidos, no había un modo en que pudiéramos relacionarla muy bien con la conciencia; pero ahora que vemos una malla o red en el campo psicológico y en el campo material, existe la esperanza de hacer alguna conexión.


¿Qué efecto tienen estas teorías en la conciencia de los físicos como personas?


F. Capra: Una de las diferencias entre la física y el misticismo es que el conocimiento místico no puede ser obtenido meramente mediante la observación sino sólo cambiando por completo el propio estilo de vida. Mediante un compromiso íntimo e integral con la integridad del propio ser. Casi podría decirse que esta transformación existencial es en si misma el conocimiento. El conocimiento es la transformación. Ahora bien, en la ciencia esto no es verdad. Muchos científicos son capaces de desarrollar estas teorías con implicancias filosóficas profundas y hermosas, y después irse a su casa para vivir allí una vida muy newtoniana. Esto sucede porque el intelecto puede desvincularse de la realidad. Sin embargo, ello no se aplica a todos los científicos por cualquier medio y típicamente, los realmente grandes muestran la influencia de esas teorías en sus propias vidas, como Einstein. Los físicos más intuitivos muestran tal mezcla de su vida y su obra. Pero hay un ejército entero de físicos que pueden elaborar las teorías sin que ellas tengan mayor impacto en sus vidas.


¿Cómo aprecia Ud. la visión cristiana de Dios?


F. Capra: La imagen de un dios creador que impone su ley divina al universo es muy acorde con la clásica visión del mundo con leyes naturales fijas y el universo funcionando como una maquina según leyes naturales estrictamente deterministas. Esta especie de rígida visión cristiana no era la visión que tenían del mundo los místicos, ya que los numerosos místicos de la tradición cristiana poseían una visión muy diferente de Dios. Por esa mismísima razón no fueron realmente reconocidos por la jerarquía de la iglesia. Las tradiciones místicas son suprimidas en Occidente.


¿Algo que decir sobre los científicos médicos y los doctores?


F. Capra: Mi próximo libro va a tratar sobre la salud en un contexto muy amplio. Me explayaré sobre estas tres dimensiones de la salud: la individual, la social y la ecológica. Individuo, sociedad y ecosistema. Y sugeriré cómo se puede ampliar el encuadre mecanicista que estoy de acuerdo en considerar como muy fuerte en la medicina. Lo que observo en los Estados Unidos es que hay un fuerte movimiento popular, un poderoso movimiento de base hacia el cuidado de la salud, y pienso que, como en la economía y la política, el cambio emanará de la gente y no de las autoridades. Esto va a suceder, particularmente en la medicina, porque tenemos un montón de poder para influenciar el campo médico. Cuando me da un dolor de garganta no tengo que tomar una pastilla para la garganta, sabiendo que matará a las bacterias pero que al mismo tiempo debilitará al organismo; puedo recurrir a otros medios. Al no comprar la droga, no solamente se hace algo que es saludable para uno mismo, sino que es algo saludable social, económica y ecológicamente. En otras palabras, si a uno le duele la cabeza y no toma una aspirina, considero eso como un acto político.


¿Por qué lo llama Nueva Física?


F. Capra: La cuestión básica es que estamos viendo el universo como un proceso cósmico unificado, y estamos viendo a todos los objetos, la gente y los acontecimientos como pautas del proceso. No se puede separar alguna de las pautas del resto sin destruiría. Esto resulta bastante obvio cuando se había de organismos vivos, como un pájaro o un gato; separen ese organismo del entorno, el aire y todo lo demás, y se mata al animal allí mismo. La Nueva Física nos ha evidenciado que esto también es cierto para la materia inorgánica: uno puede también destruir átomos, partículas y moléculas, si logra sacarlas completamente de su ambiente. Lo que puede hacerse es separar las pautas del resto: conceptualmente. Hemos tenido mucho éxito haciéndolo. Puedo decir que esta taza de agua es un objeto separado y que el micrófono es un objeto separado y que Satish Kumar es diferente a mí, estamos separados, él no es yo, y yo no soy él, todo eso. Pero la Nueva Física nos ha mostrado que se torna muy difícil separar las cosas de esta manera, especialmente cuando vamos a dimensiones más y más pequeñas. Entonces se vuelve crecientemente difícil separar cualquier pauta del todo. Todavía puede llegar a hacerse aproximadamente, pero se vuelve más y más difícil. Se puede comenzar de una comprensión del universo como un todo y luego especializarse en pautas individuales. Pero si se comienza con las pautas y se dice que son objetos separados, ladrillos separados, entonces jamás se comprenderá el todo. Creo que ese es el carozo de la Nueva Física. Así que no se trata de cómo juntar las cosas sino que es cuestión de cómo empezar a partir del todo ya mismo y luego especializarse en pautas individuales.


¿Qué forma tomarán la nueva biología, la ingeniería genética y la investigación genética; cuáles serán sus roles?


F. Capra: Bueno, los biólogos tienen bastante éxito en la biología molecular, quebrando las cosas en pedazos y estudiando esos mecanismos moleculares. En verdad ese método no les permite comprender algún proceso biológico, hasta el proceso más sencillo, de una manera relativamente completa. Entienden fragmentos y pedacitos, pero los fragmentos y los pedacitos les fascinan en demasía y la estrategia integra de la investigación en biología esta organizada siguiendo esos lineamientos reduccionistas. Así que si uno es un biólogo no obtendrá una subvención si no escribe su requerimiento de subvención en esos términos, en ese lenguaje. Ese es un campo donde no veo cómo pueden producirse los cambios, excepto tal vez a través de la medicina. Porque ahora, resulta bastante claro en la medicina que estamos llegando al final del paraíso produccionista y que tenemos que abandonarlo o modificarlo. Pienso que esto causar un efecto en la biología.


¿No es la división de las cosas una manera conveniente para aprenderlas?


F. Capra: Es cierto que dividimos las cosas por conveniencia pero carecemos en nuestra cultura de una visión más profunda del mundo que nos lo diga. Cuando uno crece y va a la escuela lo que le enseñan es que las cosas están hechas de átomos; que los átomos están hechos de partículas. Ellos no dicen que todo es conciencia cósmica, que ésta tiene pautas materiales, que ellas se hallan interconectadas, que todo es una danza y que convenientemente uno puede separar la danza en movimientos distintos.


¿Cómo estudia uno los organismos de manera realista, seriamente?


F. Capra: Pienso que el Dr. de Bono lo expresó muy bien cuando dijo que el 95% de nuestros pensadores puede ser racional pero que 5% tiene que ser lateral. Considero que uno puede decirlo similarmente: es posible estudiar la pauta detallada pero nunca dejar el todo fuera de la vista, y eso va a producir la diferencia. Lo que se diga acerca de estas pautas u organismos individuales o funciones va a ser aproximado. La noción de modelos es extremadamente importante. El mapa no es el territorio. Es solamente una representación aproximada de la realidad. Hay un muy hondo cambio de actitud, una revolución real.


¿En la enseñanza de ciencia, cómo puede comenzarse desde una perspectiva realística y no mecanística?


F. Capra: Yo dicto cursos sobre física moderna para no físicos. Sería muy interesante hacerlo hasta con niños pequeños. Comenzar de un modo poético. Desde las primeras dos clases hablarles de la danza cósmica y de todo y todas las cosas de un modo bien in-científico, una manera poética, para luego decirles: "bueno, ahora vamos a mirar los detalles, pero cuando lo hagan tendrán que desaprender algunas cosas a medida que avanzan, así que no crean en ello muy firmemente. No es 100% verdad, se trata apenas de un modelo". No se cómo podrías traducir esto a un lenguaje que pudieran entender los chicos del colegio secundario, pero pienso que vale la pena hacerlo. Es realmente algo que tendría que serlas escuelas Stelner, donde comienzan con el mito y con un montón de pintura, y luego siguen hacia algo más intelectual. Cuando se enseña física o ciencia, tienes este mito del científico sentado ante un escritorio (digo "científico" porque siempre es un hombre), elaborándolo todo a partir de ecuaciones básicas de una manera muy racional. Ahora bien, cuando se hace ciencia éste no es en absoluto el modo en que la ciencia se hace, hay un montón de trabajo conjetural, muchísima intuición, mucha sincronicidad, pero eso no es reconocido. Se podría agregar o incorporar en la enseñanza de la ciencia el desarrollo de la intuición. Hay variados ejercicios que uno puede aprender a fin de ayudarse para desarrollar su intuición, y esto no esta reconocido todavía aunque comienza a reconocerse. Has visto que siempre hemos dicho que las mujeres son muy intuitivas y que eso esta bien para ellas, como significando que eso que hacen no es demasiado importante. Ahora se esta dando un cambio muy profundo. Esta es una modalidad femenina del darse cuenta.


¿Qué es la mente?


F.Capra: No lo sé. Me impresionó mucho el libro de Gregory Bateson, Mente y Naturaleza (Mind and Nature). El ve a la mente como una propiedad de sistemas en los organismos vivientes y enumera cinco condiciones que deben darse para que uno pueda hablar de algo, un sistema, como poseyendo mente o pensamiento, y esto va muchísimo más allá del desarrollo del sistema nervioso por las suyas. Comienza muy tempranamente en los organismos vivos y consiste en cierto modo de procesar la información, de usar la información para sobrevivir. Tengo la sensación de que a partir de ello se deduce que existe cierta complejidad de interconectividad que permite hablar sobre la mente y de nuevo puede hacerse la conexión con la materia cuando se constata que la materia también posee su interconectividad, y tal vez existan similaridades o imágenes, y así en adelante. Pienso que lo mejor que puedo sugerir es la lectura de ese libro de Bateson.


RENÉ GUENON - Multiplicidad de los Estados del Ser



1. La multiplicidad de los estados del ser *

A un ser cualquiera, ya sea humano o de otro tipo, se le puede considerar evidentemente desde puntos de vista bien diferentes, incluso podríamos decir que existen un número indeterminado de puntos de vista, de importancia harto desigual, pero igualmente legítimos dentro de sus dominios respectivos, siempre que no pretendan rebasar sus propios límites ni, sobre todo, volverse exclusivos y acabar por negar los demás. Si es así y, en consecuencia, no se puede negar ningún punto de vista, ni al más secundario o contingente de entre ellos, el lugar que le pertenece por el mero hecho de responder a alguna posibilidad, por otro lado, no es menos evidente que, desde el punto de vista metafísico, el único que aquí nos interesa, considerar a un ser bajo su aspecto individual es necesariamente insuficiente, puesto que decir metafísico es decir universal. Ninguna doctrina que se limite a considerar los seres de forma individual puede merecer el nombre de metafísica, sea cual sea el valor y el interés que pueda tener bajo otros puntos de vista; tal doctrina siempre se podrá denominar “física”, en el sentido original de esta palabra, puesto que se limita exclusivamente al dominio de la “naturaleza”, es decir, al de la manifestación, y además con la restricción de que sólo tiene en cuenta la manifestación formal o, más especialmente, uno de los estados que la constituyen.


Muy lejos de ser en sí mismo una unidad absoluta y completa, como querrían la mayor parte de los filósofos occidentales y, en todo caso, los modernos sin excepción, en realidad, el individuo sólo constituye una unidad relativa y fragmentaria. No es un todo cerrado y autosuficiente, un “sistema cerrado” a modo de la mónada de Leibniz, y la noción de “substancia individual”, entendida en este sentido y a la que dichos filósofos dan tanta importancia, carece de valor propiamente metafísico: en el fondo no es otra cosa que la noción lógica de “sujeto”, y, aunque no hay duda de que se pueda usar bajo este concepto, no se puede legítimamente transportar más allá de los límites de este especial punto de vista. El individuo, considerado incluso en toda la extensión de que es susceptible, no es un ser total, sino sólo un estado particular de manifestación de un ser, estado que está sometido a ciertas condiciones especiales y determinadas de existencia, y que ocupa un determinado lugar en la serie indefinida de estados del ser total. La presencia de la forma entre estas condiciones de existencia es lo que caracteriza a un estado como individual; por otro lado, es evidente que esta forma no debe ser necesariamente concebida como espacial, ya que sólo lo es en el mundo corporal, siendo precisamente el espacio una de las condiciones que definen a este último (1).

Debemos recordar aquí, aunque sea en forma resumida, la diferencia fundamental entre “Sí mismo” y “yo”, o entre “personalidad” e “individualidad”, tema del que en otra parte ya hemos dado todas las explicaciones necesarias (2). El “Sí mismo”, dijimos, es el principio trascendente y permanente del cual el ser manifestado, el ser humano, por ejemplo, sólo es una modificación transitoria y contingente, modificación que, por otro lado, no podría de ninguna manera afectar al principio. Inmutable en su propia naturaleza, desarrolla sus posibilidades en todas las modalidades de realización, de número indefinido, que constituyen para el ser total otros tantos estados diferentes, cada uno de los cuales tiene sus condiciones limitativas y determinantes de existencia, y de las que una sola de ellas constituye la porción o, más bien, la determinación particular de este ser que es el “yo” o individualidad humana. Por lo demás, este desarrollo sólo es tal, a decir verdad, cuando se le considera desde el lado de la manifestación; fuera de ésta todo debe encontrarse necesariamente en perfecta simultaneidad dentro del “eterno presente”; por lo que la “permanente actualidad” del “Sí mismo” no es afectada. Así, el “Sí mismo” es el principio por el que existen todos los estados del ser, cada cual dentro de su propio dominio, al que también podemos llamar grado de existencia; y no hay que pensar que nos referimos tan sólo a los estados manifestados, individuales como el ser humano o supraindividuales, es decir, en otros términos, formales o informales, sino también, aunque en este caso sea impropio usar la palabra “existir”, a los estados no manifestados, entendiendo como tales todas aquellas posibilidades que, por su misma naturaleza, no son susceptibles de manifestación, así como las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este “Sí mismo” sólo es por sí mismo, no teniendo ni pudiendo tener, dentro de la unidad total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio exterior a él.

Acabamos de decir que la palabra “existir” no puede propiamente aplicarse a lo no manifestado, en suma, al estado principial; en efecto, el sentido estrictamente etimológico de esta palabra (del latín ex stare) indica un ser dependiente de un principio que no es él mismo o, en otras palabras, aquello que no posee en sí mismo su razón suficiente, es decir, el ser contingente, que es lo mismo que el ser manifestado (3). Cuando hablemos de Existencia, nos estaremos refiriendo a toda la manifestación universal, con todos los estados o grados que comporta, cada uno de los cuales puede también ser designado como un “mundo” y cuya multiplicidad es indefinida; pero este término no conviene al grado del Ser puro, principio de toda la manifestación y, él mismo, no manifestado, ni, con mayor razón, a lo que está más allá del Ser mismo.

En principio, antes que nada, podemos establecer que la Existencia, considerada universalmente tal y como la hemos definido, es única en su naturaleza íntima, como el Ser es uno en sí mismo y debido precisamente a esta unidad, ya que la Existencia universal no es otra cosa que la manifestación integral del Ser o, más exactamente, la realización, en forma manifestada, de todas las posibilidades que el Ser comporta y contiene principialmente en su misma unidad. Por otro lado, esta “unicidad” de la Existencia, si se nos permite utilizar un término que puede parecer un neologismo (4), al igual que la unidad del Ser sobre el cual se fundamenta, no excluye la multiplicidad de modos de manifestación que la afectan, ya que ella comprende todos éstos modos por igual al ser igualmente posibles, y ello implica que cada uno de estos debe realizarse según las condiciones que le son propias. De lo que resulta que la Existencia, dentro de su “unicidad”, comporta, tal como acabamos de indicar, una serie indefinida de grados, que corresponden a todos los modos de la manifestación universal; y esta multiplicidad indefinida de grados de la Existencia implica correlativamente, para un ser cualquiera considerado en su totalidad, una multiplicidad igualmente indefinida de estados posibles, cada uno de los cuales debe realizarse en un grado determinado de la Existencia.
Esta multiplicidad de estados del Ser, que es una verdad metafísica fundamental, es cierta desde el momento que nos limitarnos a considerar los estados de manifestación, tal como hemos hecho y deberemos seguir haciendo, puesto que sólo se trata de la Existencia; esta multiplicidad es cierta a fortiori si se consideran a la vez los estados de manifestación y los estados de no manifestación, que en conjunto constituyen el ser total, considerado no ya tan sólo en el campo de la Existencia, ni siquiera en la totalidad de su extensión, sino en el dominio ilimitado de la Posibilidad universal. Debe entenderse muy bien que la Existencia no encierra más que las posibilidades de manifestación y con la restricción de que estas posibilidades sólo se conciben en tanto que se manifiestan efectivamente, puesto que, mientras no se manifiestan, es decir, principialmente, se encuentran en el grado del Ser. En consecuencia, la Existencia está lejos de ser toda la Posibilidad, concebida como verdaderamente universal y total, fuera y más allá de todas las limitaciones, incluida la primera limitación que constituye la determinación más primordial entre todas: la afirmación, del Ser puro (5).

Cuando se trata de los estados de no manifestación de un ser, también hay que hacer una distinción entre el grado del Ser y lo que está más allá; en este último caso, es evidente que el mismo término de “ser” no puede rigurosamente aplicarse en su propio sentido; sin embargo, nos vemos obligados, a causa de la estructura misma del lenguaje, a conservarlo a falta de una palabra más adecuada, pero sin atribuirle más que un valor meramente analógico y simbólico, pues de otra manera nos sería del todo imposible hablar de ello. Es así que podremos seguir hablando del ser total como estando, al mismo tiempo, manifestado en algunos de sus estados y no manifestado en otros estados, sin que ello implique de ninguna manera, por lo que se refiere a estos últimos, que sólo debamos considerar aquel que corresponde propiamente al grado del Ser (6).

Los estados de no manifestación son esencialmente extraindividuales y, así como “el Sí mismo” principial del que no pueden ser separados, no pueden de ningún modo ser individualizados; en cuanto a los estados de manifestación, algunos son individuales mientras que otros son no individuales, diferencia que corresponde, siguiendo lo que hemos indicado, a la distinción hecha entre manifestación formal y manifestación informal. En particular, si consideramos el caso del hombre, su individualidad actual, que constituye propiamente hablando el estado humano, sólo es un estado de manifestación de entre una serie indefinida de éstos, todos los cuales deben concebirse como igualmente posibles y, por la misma razón, como ya existentes al menos virtualmente, si no como efectivamente realizados por el ser al que consideramos bajo un aspecto relativo y parcial, en este estado individual humano.

2. Monoteísmo y angelología (**)

Lo que anteriormente hemos dicho permite comprender cuál es la naturaleza del error que es susceptible de dar nacimiento al politeísmo: éste, que en suma no es sino el caso más extremo de la “asociación” (7), consiste en admitir una pluralidad de principios considerados como completamente independientes, cuando en realidad ni son ni pueden ser sino aspectos más o menos secundarios del Principio supremo. Es evidente que ello no puede ser mas que la consecuencia de una incomprensión de ciertas verdades tradicionales, precisamente aquellas que se refieren a los aspectos o a los atributos divinos; tal incomprensión es siempre posible en individuos aislados y más o menos numerosos, pero su generalización, correspondiendo a un extremo estado de degeneración de una forma tradicional en vías de desaparición, ha sido sin duda de hecho mucho más extraña de lo que de ordinario se cree. En todo caso, ninguna tradición, sea cual sea, podría, en sí misma, ser politeísta; es invertir todo orden normal el suponer un politeísmo en el origen, siguiendo las opiniones “evolucionistas” de la mayoría de los modernos, en lugar de no ver ahí más que simplemente la desviación que en realidad es.
Toda tradición verdadera es esencialmente monoteísta; para hablar de manera más precisa, ella afirma ante todo la unidad del Principio supremo (8), del cual todo deriva y depende por completo, y es esta afirmación la que, en la expresión que especialmente reviste en las tradiciones con forma religiosa, constituye el monoteísmo propiamente dicho; pero, con la reserva de esta explicación necesaria para evitar toda confusión de puntos de vista, podemos en suma ampliar sin inconveniente el sentido del término monoteísmo para aplicarlo a toda afirmación de la unidad principial. Por otra parte, cuando decimos que es monoteísmo lo que necesariamente había en el origen, es evidente que esto no tiene nada en común con la hipótesis de una pretendida “simplicidad primitiva” que sin duda jamás ha existido (9); por otra parte, basta, para evitar todo equívoco a este respecto, observar que el monoteísmo puede incluir todos los posibles desarrollos acerca de la multiplicidad de los atributos divinos, y también que la angelología, que está estrechamente conectada con esta consideración de los atributos, tal como anteriormente hemos explicado, ocupa efectivamente un lugar importante en las formas tradicionales donde el monoteísmo se afirma de la manera más explícita y rigurosa. No hay aquí pues ninguna incompatibilidad, e incluso la invocación de los ángeles, a condición de considerarlos únicamente como “intermediarios celestes”, es decir, en definitiva, según lo que ya hemos expuesto, como representando o expresando tales o cuales aspectos divinos en el orden de la manifestación informal, es perfectamente legítima y normal con respecto al más estricto monoteísmo.

Debemos además señalar también, a este propósito, ciertos abusos del punto de vista “histórico” o supuestamente tal, tan caro a muchos de nuestros contemporáneos, y especialmente en lo que concierne a la teoría de los “préstamos” de la cual ya hemos tenido que hablar en diversas ocasiones. En efecto, muy a menudo hemos visto a algunos autores pretender, por ejemplo, que los hebreos no conocían la angelología antes de la cautividad de Babilonia y que la copiaron pura y simplemente de los Caldeos; hemos visto a otros sostener que toda angelología, allí donde se encuentre, tiene inevitablemente su origen en el Mazdeísmo. Está claro que semejantes aserciones suponen implícitamente que no se trata más que de simples “ideas”, en el sentido moderno y psicológico de la palabra, o de concepciones sin fundamento real, cuando, para nosotros como para todos aquellos que se sitúan en el punto de vista tradicional, se trata por el contrario del conocimiento de un determinado orden de realidad; no se ve del todo por qué tal conocimiento debería haber sido “copiado” por una doctrina de otra, mientras que se comprende bastante bien que ésta sea, igualmente y al mismo título, inherente tanto a una como a otra, porque ambas son expresiones de una sola y misma verdad.

Conocimientos equivalentes pueden e incluso deben encontrarse en todas partes; y, cuando aquí hablamos de conocimientos equivalentes, queremos decir con ello que en el fondo se trata de los mismos conocimientos, aunque presentados y expresados de maneras diferentes para adaptarse a la particular constitución de tal o cual forma tradicional (10). Se puede decir en este sentido que la angelología o su equivalente, sea cual sea el nombre por el cual se le designe más especialmente, existe en todas las tradiciones; y, por ofrecer un ejemplo, apenas hay necesidad de recordar que los Devas, en la tradición hindú, son en realidad el equivalente exacto de los ángeles en las tradiciones judía, cristiana e islámica. En todos los casos, digámoslo de nuevo, aquello de lo que se trata puede ser definido como siendo la parte de una doctrina tradicional que se refiere a los estados informales o supraindividuales de la manifestación, sea de una manera simplemente teórica, sea con vistas a una realización efectiva de estos estados (11). Es evidente que esto es algo que, en sí, no tiene la menor relación con un politeísmo cualquiera, incluso aunque, como hemos dicho, el politeísmo pueda no ser sino un resultado de su incomprensión; pero cuando quienes creen que existen tradiciones politeístas hablan de “préstamos” como aquellos de los que hemos ofrecido ejemplos hace un momento, parecen querer sugerir que la angelología no representaría sino una “contaminación” del politeísmo en el propio monoteísmo. Otro tanto valdría decir que, puesto que la idolatría puede surgir de una incomprensión de ciertos símbolos, el propio simbolismo no es más que un derivado de la idolatría; sería éste un caso totalmente similar, y pensamos que esta comparación basta plenamente para hacer aparecer todo el absurdo de tal manera de considerar las cosas.

Para terminar estas observaciones destinadas a completar nuestro anterior estudio, citaremos este pasaje de Jacob Boehme, quien, con la terminología que le es particular y con una forma quizá algo oscura, como a menudo ocurre en él, nos parece que expresa correctamente las relaciones entre los ángeles y los aspectos divinos: “La creación de los ángeles tiene un comienzo, pero las fuerzas con las cuales han sido creados jamás ha conocido principio, sino que asistieron al nacimiento del eterno comienzo... Han surgido del Verbo revelado, de la naturaleza eterna, tenebrosa, ígnea y luminosa, del deseo de la divina revelación, y han sido transformadas en imágenes “creaturadas” (es decir, fragmentadas en criaturas aisladas) (12). Y, en otro lugar, Boehme dice todavía: Cada príncipe angélico es una propiedad surgida de la voz de Dios, y lleva el gran nombre de Dios (13). A. K. Coomaraswamy, citando esta última frase y comparándola con diversos textos que se refieren a los “Dioses” tanto en la tradición griega como en la hindú, añade estas palabras que se adecuan completamente a lo que acabamos de exponer: “Apenas tenemos necesidad de decir que tal multiplicidad de Dioses no es un politeísmo, pues todos son los sujetos angélicos de la Suprema Deidad, de la cual extraen su origen y en la cual, como tan a menudo se nos recuerda, vuelven a ser uno (14)”.

Notas:
(1). Ver EI hombre y su devenir según el Vedanta, cap. II y X.
(2). Ibid., cap. II.
(3). Hablando rigurosamente, de ello resulta que la expresión muy usada de “existencia de Dios”, es un sinsentido, tanto si se entiende por “Dios” el “Ser”, que es lo más frecuente, cuanto, con mayor razón, si se entiende por tal el Principio Supremo que está más allá del Ser.
(4). Este término es el que nos permite traducir con la mayor exactitud la expresión árabe equivalente Wahdat-ul-wujûd. A proósito de la distinción que se ha de hacer entre la “unicidad de la Existencia”, y la “Unidad del Ser” y la “No-dualidad del Principìo Supremo”, véase El hombre y su devenir según el Vedanta, cap. VI.
(5). Notemos que los filósofos para construir sus sistemas siempre pretenden, de forma consciente o no, imponer algúna limitación a la Posibilidad universal, lo cual es contradictorio pero necesario por el hecho de constituir un sistema; incluso sería bastante curioso explicar las diferentes teorías filosóficas modernas, que son las que presentan en mayor grado este carácter sistemático, desde el punto de vista de las limitaciones supuestas a la Posibilidad universal.
(6). Sobre el estado que corresponde al grado del Ser y el estado incondicionado que está más allá del Ser, ver El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap. XIV y XV, 3ª ed.
(7). Hay “asociación” desde el momento en que se admite que cualquier cosa, fuera del Principio, posee una existencia que le pertenece particularmente; pero naturalmente, de aquí al politeísmo propiamente dicho, puede haber múltiples grados.
(8). Cuando se trata verdaderamente del Principio supremo, se debería, con todo rigor, hablar de “no dualidad”, situándose la unidad, que por otra parte es su consecuencia inmediata, solamente en el nivel del Ser; pero esta distinción, siendo de la mayor importancia desde el punto de vista metafísico, no afecta para nada a lo que aquí hemos dicho, y, de la misma manera que podemos generalizar el sentido del término “monoteísmo”, también podemos correlativamente, para simplificar el lenguaje, no hablar sino de unidad del Principio.
(9). Cf. Le Régne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. Xl. Es bastante difícil comprender, por otra parte, cómo algunos pueden a la vez creer en la “simplicidad primitiva” y en el politeísmo original, y no obstante es así: es un curioso ejemplo más de las innumerables contradicciones de la mentalidad moderna.
(10). Hemos aludido anteriormente a las relaciones que existen entre la angelología y las lenguas sagradas de las diferentes tradiciones; éste es un ejemplo muy característico de la adaptación de que se trata.
(11). Se puede citar, como ejemplo del primer caso, la parte de la teología cristiana que se refiere a los ángeles (y, por otra parte, de manera más general, el exoterismo no puede naturalmente situarse aquí más que en el punto de vista teórico), y, como ejemplo del segundo, la “Kábala práctica” en la tradición hebrea.
(12). Mysterium Magnum, VIII, 1.
(13). De Signatura Rerum, XVI, 5. Con respecto a la primera creación, “surgida de la voz de Dios”, cf. Aperçus sur l'Initiation, págs. 304-305.
(14). What is Civilitation? en Albert Schweitzer Festschrift. Coomaraswamy menciona también, a propósito de esto, la identificación que Filón establece entre los ángeles y las “Ideas” entendidas en sentido platónico, es decir, en suma, las “Razones Eternas” que están contenidas en el entendimiento divino, o, según el lenguaje de la teología cristiana, en el Verbo considerado en tanto que “lugar de los posibles”.


(*) Capítulo I de Le Symbolisme de la Croix.
(**) Publicado originalmente en Etudes Traditionnelles, París, octubre-noviembre de 1946.