agosto 13, 2007

La unidad de todas las cosas


Nuestra consciencia no está en el espacio, tiene su propio tiempo, que frecuentemente es la atemporalidad.

Por Miguel Grinberg

Tal como se presenta hoy la vida colectiva en el planeta Tierra, no hace falta demasiada perspicacia para verificar acelerados procesos de descomposición estructural y agudas situaciones de trastorno individual y social. Se trata de una convulsión que devora multitudes y promueve un caos expansivo, desolador.

Más de la mitad de la población mundial se concentra en zonas urbanizadas y al mismo tiempo las regiones rurales van sufriendo el avance de un mercantilismo exacerbado que en nombre de la “rentabilidad” devora infinidad de paisajes bajo ritos agrícolas, mineros o forestales solamente interesados en el lucro. Inmensas regiones son ganadas por la erosión y luego por la desertificación. El mundo natural o “biosfera” pierde espacios sin cesar. El mundo artificial o “tecnosfera” expande sus ceremonias con obsesión vertiginosa. Esto solía llamarse progreso, pero cada día se parece más a un sofocante estilo de decadencia.

Para resistir los embates de una vorágine agobiante, millares de personas huyen hacia la indiferencia o se acorazan de múltiples maneras. Poco a poco, dejan de tomar en cuenta los datos de la “realidad” y se acurrucan en frustrantes simulaciones de la vida. Pierden finalmente contacto consigo mismas y caen en las turbulencias de la soledad, la angustia, el tedio o la perversión.

Otros, en cambio, logran no sentirse abrumados por las descomposiciones imperantes y tanto de modo intuitivo como intencional van tratando de integrar sus propias provincias del alma (mente, cuerpo y espíritu) en el marco de la cultura, la naturaleza y la consciencia universal. Hay quienes ya consiguen hacerlo espontáneamente, mientras otros precisan esforzarse en pequeña o gran escala.

Los antiguos esenios, en pos de lo que llamaban “séptuple paz” (corporal, mental, familiar, humana, cultural, terrenal y celestial) meditaban al amanecer, con los ojos cerrados y sus párpados orientados hacia el sol naciente. Esta práctica es preservada por numerosos pueblos asiáticos, aunque aquellas inspiradoras intuiciones originales perdieron vitalidad en las culturas materialistas y artificiales de Occidente, donde la tendencia es convertir las verdades liberadoras en dogmas asfixiantes.

Cuando en la tercera parte de la película Matrix, su protagonista Neo se enfrenta con un gigantesco esquema lumínico que encierra la clave de su destino individual, otra antigua disyuntiva, la de los gnósticos, sacudía la percepción del espectador informado. Aquellos místicos pensaban que el mundo donde vivimos (el de la Caída adánica) es impuro y se planteaban huir de su envoltura carnal. El cuerpo se asumía como una prisión y era perentorio huir hacia el mundo de la luz. Pero de pronto Neo comprueba que la Matrix está hecha de luz y energía (electrónica) y revierte la epopeya: asume que es preciso huir de esa prisión hacia la realidad del cuerpo. O sea: la existencia dolorosa en un cuerpo es preferible al éxtasis cibernético (o el de los productos alucinógenos) u otro escenario fantástico, irreal.

Esto no significa que los grandes místicos se hayan confundido, pues los caminos de la consciencia conducen efectivamente a las claves del universo, que no están ceñidas a las leyes que regulan el mundo material. Edmond Bordeau Székely nos dice que “nuestra consciencia no está en el espacio, tiene su propio tiempo, que frecuentemente es la atemporalidad, y es a la vez nuestra fuente más cercana de energía, armonía y conocimiento.”

Los sabios taoístas sostenían que la mente del hombre perfecto es como un espejo: en respuesta a las cosas no avanza ni retrocede. Responde a las cosas (las refleja) pero no disimula su propia naturaleza. Por lo tanto, puede vincularse con las cosas sin que ellas dañen su propia realidad de espejo. La meta la ecología espiritual es el refinamiento de la energía y la perfección del espíritu. Por eso Chuang Tsé dijo: “El universo es la unidad de todas las cosas. Si uno reconoce su identidad con esa unidad, entonces las partes de su cuerpo se le asemejan al polvo. Así, la vida y la muerte, el fin y el principio, no lo perturban más que la sucesión del día y la noche”.

Todos los órganos del cuerpo humano cooperan entre sí para hacer posible la vida (los procesos disonantes se conocen como cáncer.) Todos los componentes de la naturaleza terrestre interactúan para hacer posible este planeta. Los hombres no han logrado entender todavía tal simple lección y persisten en malograr sus poderes generativos rindiendo culto a sus instintos e impulsos atávicos. Toda comunión requiere un entrenamiento. Sepamos entonces encauzar nuestra evolución individual en armonía con el planeta que habitamos y con la unidad del cosmos.

El fin de la existencia es captar la vibración de la eternidad como amor infinito. ¿Es el hombre alguien que sueña que es una mariposa, o es una mariposa que sueña que es un hombre? Vincent Van Gogh resolvió así el interrogante: "Es bueno amar tanto como se pueda, porque ahí radica la verdadera fuerza, y el que mucho ama realiza grandes cosas y se siente capaz, y lo que se hace por amor está bien hecho."